“Aquellos que no recuerdan
el pasado
están condenados a repetirlo”
George Santayana, poeta
y filósofo
(1863-1952)
¡Aquí vamos, otra vez! Otro febrero negro que anuncia tiempos turbulentos, ávidos de sangre
popular, provocados por la debacle histórica y predecible de gobiernos
corruptos, ineptos, irresponsables y fracasados que en su afán de planchar la
arruga para mantenerse en el poder a toda costa – “… se los juro …” - solo dejan desolación, pobreza, malos recuerdos
y – eso si - una generación de nuevos-ricos,
hechos a la sombra de historias impublicables que todo el mundo conoce, quienes
sin escrúpulos ni decoro aspirarán ser anotados en la lista de los llamados a darnos
soluciones y rectificaciones a los problemas que ellos mismos crearon y dejaron
sin resolver mas allá del saldo de sus balances personales.
Escoja usted el período y presidente de
Venezuela que prefiera y verá que todas las crisis económicas y sociales de la
democracia post-puntofijista están marcadas unas mas otras menos por el ratón socialista
y populista que pretendió imponernos un súper Estado tomado por neo-taitas
ultra-poderosos que a punta de favores, amiguismos, nepotismos y demás
triquiñuelas solaparon intereses y aspiraciones personales con el colectivo que
subyugaron bajo la promesa de saldar la deuda
social y asaltaron así una y otra vez al tesoro público al son de planes
nacionales, cartas de intención, agendas
venezolanas, bolivarianas o alternativas que en realidad terminaron probándose diseñadas
con el propósito de utilizar el poder, la hegemonía y el Estado para chupar
hasta la última gota del patrimonio nacional sin transcendencia ni resultados positivos,
medibles, confiables, ni medianamente proporcionales a la inversión y gasto
ejecutado en cada tiempo.
¿Qué nos dice esto? Pues sencillamente que
hace rato es tiempo de entender que ni el
Socialismo del Siglo XXI, ni la Democracia Puntofijista, ni toda su retórica
ideológica juntas, son la fuente culpable o la solución segura de nuestros
males.
Duro es decirlo y mas difícil reconocerlo,
pero nuestra cultura y sistema de valores colectivos, así como la manera de
comportarnos histórica y tradicionalmente en el manejo de la cosa pública es lo
que nos hace morder el polvo una y otra vez mientras nos miramos el ombligo y después
de cada fracaso le echamos la culpa a los gringos, los imperios, las fuerzas diabólicas
del mercado, las teorías ideológicas, a cualquier cosa menos a nosotros mismos,
de nuestros males y desventuras; y peor aún, esa misma cultura es la que hace
que esta hora angustiosa, deprimente y aciaga no sea mas que la triste repetición
de un libreto histórico auto-impuesto por nuestras malas mañas y peores virtudes,
que destruye toda posibilidad de desarrollar una visión colectiva del
desarrollo individual, llamado a repetir la estupidez de promover y entronizar la
figura de un taita mesiánico alternativo -
un neo-caudillo - ungido por la profecía maternal que se anuncia cada vez
que nace un venezolano a través del “… ese
muchacho será presidente …” y que
tan accidentadamente hemos visto lamentablemente repetirse detrás de cada situación
similar a la presente.
Lo que podría pasar está escrito si los
venezolanos volvemos a desconocer que somos colectivamente los únicos responsables
de nuestro destino y los únicos llamados a cambiarlo mediante un cambio
profundo de paradigmas institucionales y democráticos, demarcados por objetivos
métricos claros y precisos bajo un estado de derecho que materialice los
principios de igualdad y oportunidad sin adjetivos. El llamado es al encuentro
de un “modelo de país”, no de un
nuevo “modelo de gobierno” con
flamante presidente y séquito. La evidencia histórica nos demuestra que las
soluciones no vendrán por allí y que de persistirse en este afán
presidencialista no va a estar nada fácil la cosa ni las soluciones a corto
plazo.
Tal como lo vivimos recientemente, todavía
no terminaban las exequias del último redentor del pueblo - el “Comandante
Supremo”, aún cuando él mismo se anticipó a los aspirantes, y ya se perfilaba
la lucha por el desmadre sucesoral, lo cual no es tara revolucionaria sino
repetición de episodios históricos de caudillos versus delfines en intrigas
palaciegas que no caben relatar en este espacio pero son harto conocidas y cuyo
único y exclusivo fin es hacerse del sillón donde se posa la mano que parte y
reparte y … bueno, ya ustedes saben como termina el refrán… ¿O no?
El ejercicio del poder como subterfugio
para el saqueo de las arcas públicas y la cultura enchufijista no es nada nuevo
ni revolucionario, por mas que quieran endilgárselo con exclusividad al tiempo
presente, al presidente Maduro y a su entorno. Las ambiciones presidencialistas
de nuestro liderazgo tampoco; esas que se catapultan sobre la leña del árbol
caído y que comenzamos a escuchar como antesala a la inminente debacle a través
del aullido de las hienas que entonan cantos de sirena en susurro adulante al
héroe “presidenciable” de turno, pero
que en realidad esconden macabras ambiciones e intereses inconfesables, y
predecibles. La historia reciente es nuestra mejor evidencia.
La hecatombe que se avizora en el
horizonte luce de dimensiones épicas, inéditas y devastadoras. A estas alturas
es absolutamente irrelevante si este colapso es o no producto de una conciencia
colectiva subyugada por la lisonja y el abandono de los valores y principios
fundamentales del trabajo honesto, productivo y generador de valor, porque lo
que cuenta ahora es el llamado nacional a prepararnos para el tsunami que
viene, sus efectos y como recuperarnos cara al futuro. Sin embargo, es insólito
notar que mientras esto pasa, cada vez que “alguien” es expuesto vía medios
tradicionales o alternativos como twiter, instagram, snapchat y cuanta red
social se nos ocurra por la notoriedad de sus causas, acciones o circunstancias,
se enfila igualmente tras de sí una corte de pregoneros presidenciales que nos distraen
del drama que está por develarse, mientras ensalzan las ambiciones mesiánicas de
turno y que en nada contribuyen a aclarar el panorama.
Nadie pone en duda el sacrificio heroico de
liderazgos nacionales cuyas causas y acciones nos llenan de orgullo y nos
inspiran el mas profundo respeto y admiración en su forma y fondo, así como la
de otros no tan visibles aunque igualmente admirables, aún cuando no sean favorecidos
por las pautas o políticas editoriales; pero de allí a que en cada espacio de
opinión, medio o redes sociales se adjetive el apellido protagónico preferido con
el consabido remoquete presidencial es algo bastante absurdo e impertinente, a
vista de la realidad presidencialista que nos trajo una vez mas a este fracaso
estrepitoso, chavista y revolucionario, aunque en realidad es histórico y
cultural.
Mientras Venezuela sea vista y manejada como
botín de conquistadores, premio de guerra de libertadores, hacienda de
dictadores o espacio de capitalización de ganancias de inversionistas y El
Presidente como el responsable de repartir el producto en lugar de coordinar
acciones para multiplicarlo y hacerlo crecer estable y colectivamente,
estaremos condenados por nuestra historia que, aunque no queramos, volveremos a
repetir.
José Andrés Ponce
Democracia Integral
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