miércoles, 10 de febrero de 2016

Entre febreros negros y mesías emergentes… ¿Otra vez?


“Aquellos que no recuerdan el pasado
están condenados a repetirlo”
George Santayana, poeta y filósofo
(1863-1952)

¡Aquí vamos, otra vez! Otro febrero negro que anuncia tiempos turbulentos, ávidos de sangre popular, provocados por la debacle histórica y predecible de gobiernos corruptos, ineptos, irresponsables y fracasados que en su afán de planchar la arruga para mantenerse en el poder a toda costa – “… se los juro …” - solo dejan desolación, pobreza, malos recuerdos y – eso si - una generación de nuevos-ricos, hechos a la sombra de historias impublicables que todo el mundo conoce, quienes sin escrúpulos ni decoro aspirarán ser anotados en la lista de los llamados a darnos soluciones y rectificaciones a los problemas que ellos mismos crearon y dejaron sin resolver mas allá del saldo de sus balances personales.

Escoja usted el período y presidente de Venezuela que prefiera y verá que todas las crisis económicas y sociales de la democracia post-puntofijista están marcadas unas mas otras menos por el ratón socialista y populista que pretendió imponernos un súper Estado tomado por neo-taitas ultra-poderosos que a punta de favores, amiguismos, nepotismos y demás triquiñuelas solaparon intereses y aspiraciones personales con el colectivo que subyugaron bajo la promesa de saldar la deuda social y asaltaron así una y otra vez al tesoro público al son de planes nacionales, cartas de intención,  agendas venezolanas, bolivarianas o alternativas que en realidad terminaron probándose diseñadas con el propósito de utilizar el poder, la hegemonía y el Estado para chupar hasta la última gota del patrimonio nacional sin transcendencia ni resultados positivos, medibles, confiables, ni medianamente proporcionales a la inversión y gasto ejecutado en cada tiempo.

¿Qué nos dice esto? Pues sencillamente que hace rato es tiempo de  entender que ni el Socialismo del Siglo XXI, ni la Democracia Puntofijista, ni toda su retórica ideológica juntas, son la fuente culpable o la solución segura de nuestros males.

Duro es decirlo y mas difícil reconocerlo, pero nuestra cultura y sistema de valores colectivos, así como la manera de comportarnos histórica y tradicionalmente en el manejo de la cosa pública es lo que nos hace morder el polvo una y otra vez mientras nos miramos el ombligo y después de cada fracaso le echamos la culpa a los gringos, los imperios, las fuerzas diabólicas del mercado, las teorías ideológicas, a cualquier cosa menos a nosotros mismos, de nuestros males y desventuras; y peor aún, esa misma cultura es la que hace que esta hora angustiosa, deprimente y aciaga no sea mas que la triste repetición de un libreto histórico auto-impuesto por nuestras malas mañas y peores virtudes, que destruye toda posibilidad de desarrollar una visión colectiva del desarrollo individual, llamado a repetir la estupidez de promover y entronizar la figura de un taita mesiánico alternativo - un neo-caudillo - ungido por la profecía maternal que se anuncia cada vez que nace un venezolano a través del “… ese muchacho será presidente …”  y que tan accidentadamente hemos visto lamentablemente repetirse detrás de cada situación similar a la presente.

Lo que podría pasar está escrito si los venezolanos volvemos a desconocer que somos colectivamente los únicos responsables de nuestro destino y los únicos llamados a cambiarlo mediante un cambio profundo de paradigmas institucionales y democráticos, demarcados por objetivos métricos claros y precisos bajo un estado de derecho que materialice los principios de igualdad y oportunidad sin adjetivos. El llamado es al encuentro de un “modelo de país”, no de un nuevo “modelo de gobierno” con flamante presidente y séquito. La evidencia histórica nos demuestra que las soluciones no vendrán por allí y que de persistirse en este afán presidencialista no va a estar nada fácil la cosa ni las soluciones a corto plazo.

Tal como lo vivimos recientemente, todavía no terminaban las exequias del último redentor del pueblo - el “Comandante Supremo”, aún cuando él mismo se anticipó a los aspirantes, y ya se perfilaba la lucha por el desmadre sucesoral, lo cual no es tara revolucionaria sino repetición de episodios históricos de caudillos versus delfines en intrigas palaciegas que no caben relatar en este espacio pero son harto conocidas y cuyo único y exclusivo fin es hacerse del sillón donde se posa la mano que parte y reparte y … bueno, ya ustedes saben como termina el refrán… ¿O no?

El ejercicio del poder como subterfugio para el saqueo de las arcas públicas y la cultura enchufijista no es nada nuevo ni revolucionario, por mas que quieran endilgárselo con exclusividad al tiempo presente, al presidente Maduro y a su entorno. Las ambiciones presidencialistas de nuestro liderazgo tampoco; esas que se catapultan sobre la leña del árbol caído y que comenzamos a escuchar como antesala a la inminente debacle a través del aullido de las hienas que entonan cantos de sirena en susurro adulante al héroe “presidenciable” de turno, pero que en realidad esconden macabras ambiciones e intereses inconfesables, y predecibles. La historia reciente es nuestra mejor evidencia.

La hecatombe que se avizora en el horizonte luce de dimensiones épicas, inéditas y devastadoras. A estas alturas es absolutamente irrelevante si este colapso es o no producto de una conciencia colectiva subyugada por la lisonja y el abandono de los valores y principios fundamentales del trabajo honesto, productivo y generador de valor, porque lo que cuenta ahora es el llamado nacional a prepararnos para el tsunami que viene, sus efectos y como recuperarnos cara al futuro. Sin embargo, es insólito notar que mientras esto pasa, cada vez que “alguien” es expuesto vía medios tradicionales o alternativos como twiter, instagram, snapchat y cuanta red social se nos ocurra por la notoriedad de sus causas, acciones o circunstancias, se enfila igualmente tras de sí una corte de pregoneros presidenciales que nos distraen del drama que está por develarse, mientras ensalzan las ambiciones mesiánicas de turno y que en nada contribuyen a aclarar el panorama.

Nadie pone en duda el sacrificio heroico de liderazgos nacionales cuyas causas y acciones nos llenan de orgullo y nos inspiran el mas profundo respeto y admiración en su forma y fondo, así como la de otros no tan visibles aunque igualmente admirables, aún cuando no sean favorecidos por las pautas o políticas editoriales; pero de allí a que en cada espacio de opinión, medio o redes sociales se adjetive el apellido protagónico preferido con el consabido remoquete presidencial es algo bastante absurdo e impertinente, a vista de la realidad presidencialista que nos trajo una vez mas a este fracaso estrepitoso, chavista y revolucionario, aunque en realidad es histórico y cultural.

Mientras Venezuela sea vista y manejada como botín de conquistadores, premio de guerra de libertadores, hacienda de dictadores o espacio de capitalización de ganancias de inversionistas y El Presidente como el responsable de repartir el producto en lugar de coordinar acciones para multiplicarlo y hacerlo crecer estable y colectivamente, estaremos condenados por nuestra historia que, aunque no queramos, volveremos a repetir.

José Andrés Ponce
Democracia Integral
http://www.democraciaintegral.blogspot.com
democraciatuya@gmail.com


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